¡Viva Las Vegas!
marzo 30, 2017
Desiré no dejaba de mirarse en el
espejo, preguntándose cómo demonios había accedido a ponerse aquel minúsculo
disfraz de gata en celo.
Estaban pasando unas maravillosas
vacaciones en Las Vegas, en el Hotel Venetian, pero estar en la ciudad del
pecado no lo justificaba todo.
—¡Oh, vamos! ¡Pero si estás
estupenda!—rebatió Miriam.
—Sí, estupenda para subirme a la
barra del bar y hacer un strip-tease a todos los inquilinos del hotel—bufó
contrita.
Su cuerpo estaba cubierto por tan solo dos piezas que consistían en un
sujetador efecto cuero brillante de color negro con tiras que se enlazaban por
su vientre y un culote de la misma tela, acompañando el conjunto con unas
vertiginosas botas negras de tacón que llegaban por encima de las rodillas,
además, para finalizar el extremado atuendo, llevaba unas orejitas de gata y la
cola.
—Adelante Catzorra, vas a triunfar—se mofó Miriam.
—Cállate Betty Boop de carretera—contraatacó al mirar a su amiga.
Betty Boop era como la Marilyn Monroe de los dibujos animados,
pero su amiga había convertido su vestimenta en algo más provocativo de lo
normal. Estaba rompedora y Desiré la envidiaba porque aun estando así de sexy,
iba más tapada que ella.
“¿Por qué demonios la dejé sola en el sex shop?” Pensó para sí
misma. Esa era la venganza del destino por su pereza a la hora de ir de
compras. Lo odiaba.
El solo hecho de dar vueltas por
las tiendas abarrotadas de personas en busca de algo para comprarse, le resultaba
agobiante, pero de haber sabido que Miriam acabaría comprando sus disfraces
para la fiesta de la famosa discoteca Studio
54 en un Sex Shop de la ciudad, habría ido ella misma. Así no tendría que
pasar el mal trago de ir semidesnuda por la calle.
No le quedaba mal la indumentaria,
su cuerpo era esbelto, con buenas caderas que le daban una forma sensual y unos
pechos voluptuosos que complementaban su figura. Su rostro era terso con
apariencia de piel de porcelana, con cabello largo ondulado de color castaño,
acompañado por sus ojos verde jade. Una belleza española con raíces inglesas.
—Deja de quejarte y vámonos, que
se nos hace tarde—Miriam le lanzó una gabardina negra larga para taparse y un
pequeño bolso a juego con el disfraz.
No quería salir a la calle, pero
cualquiera le decía a la loca de su amiga que no pensaba salir así. Así que, se
ahorro una discusión que Miriam acabaría por ganar, y salieron juntas,
taconeando al compás para salir a la calle y marcharse hasta la diversión.
Estaban a pleno mes de julio y la
noche era calida en la gran ciudad de Nevada.
Eran las primeras vacaciones que Desiré pasaba fuera de España, disfrutándolas
junto a su amiga de toda la vida durante dos semanas en las que habían
aprovechado también para celebrar su veinticinco cumpleaños. Ambas habían
tirado la casa por la ventana para celebrarlo por todo lo alto, marchándose al
a ciudad más famosa por su despilfarro de fiestas y diversión por doquier.
Desiré necesitaba despejarse.
Acababa de terminar con su novio desde hacía cuatro años, Ángel, después de
enterarse de que él llevaba más de un año engañándola con distintas tías que
Desiré había considerado sus amigas. Todavía estaba cabreada y conmocionada por
el tema, pero realmente nunca había estado completamente enamorada de él. Lo
pasaba bien estando a su lado y se había acomodado en una relación que no
llegaba a ningún puerto. Casi agradecía que le hubiera puesto los cuernos
porque, aunque sí que había sentido algo por él, desde que lo había dejado,
Desiré al fin estaba disfrutando de la vida y de su juventud perdida.
Como la mayoría de mujeres, quería
vivir un amor que de verdad la llenara. Desde que estaba sola, soñaba con
encontrar a su media naranja. Tan solo esperaba que nadie se hubiera hecho un
zumo con ella y que lo que le tocara no fuera un sapo. Era una soñadora. Quizás
se cumpliera, pero estaba casi convencida que en Las Vegas, no encontraría a
esa persona. Era su última noche en el lugar y tanto Miriam como ella, iban
vestidas como dos frescas.
¿A qué clase de hombres se iban a
encontrar? Así solo atraerían a musculitos sobre hormonados que lo único que
buscarían sería una noche de desenfreno con ellas y después, si te he visto no
me acuerdo.
—Conozco esa cara. ¡Deja de pensar
en el qué dirán!—espetó Miriam al observar la concentración en el rostro de
Desiré. No hacía falta que hablara para saber en lo que pensaba.
—Yendo así a lo único que vamos a
atraer son moscones salidos.
—¿Y qué? Estamos aquí para pasarlo
bien. Lo que pasa en Las Vegas, en Las Vegas se queda, ¿no? Pues deja de pensar
en que vas vestida como una fresca y disfruta de tu última noche aquí como dios
manda. No vienes aquí a encontrar al amor de tu vida, vienes a divertirte,
cariño. Deja atrás los prejuicios y disfruta.
Todo era fácil para Miriam. Ella
era la alocada del grupo. La que no se ataba a nada ni a nadie. La que vivía la
vida día a día sin importarle el qué dirán, viviendo el presente. El futuro
debía ser algo imprevisto.
Desiré era más comedida. Aunque
claro, llevaba cuatro años fuera de mercado y estaba algo oxidada en el arte de
ligar. Ya no recordaba cómo se hacía y la idea de exhibirse ante los hombres
como un producto a comprar, no le era atractiva en absoluto. Sin embargo,
Miriam tenía razón, estaban allí para divertirse y no iba a dejar que la
vergüenza y el decoro le amargaran la fiesta.
—Está bien, ¡a divertirnos se ha
dicho!—exclamó con una sonrisa.
La puerta de entrada a la
discoteca se mostraba ante sus ojos. El ambiente fiestero se percibía incluso
en la calle. La cola llegaba casi a dar la vuelta a la manzana. Desiré perdió
un poco de vergüenza al ver los pintorescos disfraces de la gente que aguardaba
en la cola, a cada cual más exagerado y atrevido.
—Visto lo visto, tampoco voy tan
mal—admitió observando.
—Te lo dije. Es una fiesta en toda
regla. La gente pasa de lo que piensen los demás—declaró como si ir casi
desnudo fuera lo más normal.
Ambas estaban deseando entrar.
Parecía que la cola no tirara para adelante y la espera se hacía eterna, aún
cuando tenían entretenimiento con la gente que ya iba borracha mientras hacía
cola. Sin embargo, Desiré comenzaba a cabrearse cuando veía como la gente se
colaba por todo el morro, haciendo que la lentitud creciera.
Ya quedaban tan solo diez personas por delante de ellas,
cuando una manada de espartanos se metió delante de ellas como si hubieran
estado ahí desde el principio.
—Me voy a cagar en Esparta, en los
Espartanos y en la madre que parió a estos zánganos—gritó Desiré. Miriam la
miró asustada, estaba poseída por la furia.
Uno de los chicos se giró en su
dirección. Vestía únicamente con una falda de cuero marrón a tiras, unas
sandalias romanas y llevaba el cuerpo untado en aceite para que su piel
brillara. Un casco de soldado espartano cubría su cara, pero a Desiré no le
impidió ver unos ojos azules que hipnotizaban al momento a cualquiera que los
visualizara. Ese chico tenía un cuerpo para el pecado y ese disfraz que a
cualquier delgaducho le haría parecer ridículo, al moreno de ojos azules lo
hacía tremendamente irresistible, gracias a un cuerpo bien definido, adornado
por un sexteto de abdominales que daban ganas de lamer hasta que amaneciera.
—¿Has dicho algo,
gatita?—respondió el Espartano echando una rápida mirada al atuendo de Desi, la
cual boqueó sorprendida al escucharlo hablar en un español con acento latino,
como de Méjico.
—Sí, que te pires al final de la
cola—respondió. No iba a dejar que la belleza de ese monumento amainara la
furia que sentía porque se le había colado solo con una mirada encandiladora,
ella no se dejaba convencer con facilidad.
Era una española cabezona y con
mucha mala leche.
Todo el grupo de hombres se giró
en dirección a ellos para observar el espectáculo. Ellos eran cinco y ella solo
dos, aunque más bien una. Miriam únicamente se dedicó a observar en la
distancia.
—Vamos, mi reina fiera. No te
pongas así, vamos a entrar igualmente, cielito—contestó zalamero. Se quitó el
casco de espartano, dejando a la vista la hermosura de su rostro—. Podemos
entrar juntos, si así lo deseas.
Se acercó a Desiré seductoramente
y la agarró por las caderas con sus manos, acercándola a él.
—¿Se puede saber qué haces?—lo
apartó de un empujón—. Mira, Espartano—comenzó. No sabía ni su nombre ni
tampoco le interesaba—. Me da igual que estés para hacerte un traje de babas,
pero ni de coña entraré contigo a ésta discoteca cuando llevo aquí casi una
hora para entrar y tú, acabas de llegar con tu tropa colándote con toda tu cara
bonita, así que, ¡arreando hasta el final de la cola!
—No te enojes, reinita. ¡Menuda
fierecilla estás hecha!—exclamó con una sonrisa. Le encantaban las mujeres con
esa fuerza. Desiré se resistía con todas sus fuerzas a caer con sus encantos.
Su acento de telenovela no iba a hacer que se ablandara.
—Desi, déjalos. A mi no me
molestan—atajó Miriam, la cual tonteaba con uno de ellos, haciendo que el
discursito que acababa de soltar, quedara reducido a nada gracias a las locas
hormonas de su amiga.
Desiré la fulminó con la mirada y
el Espartano con el que discutía sonrió con satisfacción.
—Tu amiga es más racional que tú,
Desi.
—¡Capullo!
No tuvo tiempo a decir nada más,
al fin era su turno para entrar a la discoteca y aquellos caraduras entraron
primero evitando la furia de Desi, que a cada segundo se cabreaba más.
Miriam volvió con ella separándose
del chico guapo y juntas entraron. La música ensordecía las palabras de la
gente. Las luces iluminaban tenuemente el lugar. Lo que más se veía, era el
número 54 con luces de neón y bajo el símbolo, una enorme barra a la que fueron
directas después de dejar sus cosas en el guardarropa para poder perder de
vista al espartano que seguía observándola con una sonrisa socarrona. Se había
desprendido de su gabardina y notaba las miradas de muchos hombres puestas en
ella.
—Ese sitio es una pasada—gritó
Miriam a su oído para que la escuchara por encima de la música. Desiré asintió.
—¡Por una noche
inolvidable!—cogieron sus copas y las chocaron.
—Arriba, abajo, al centro y para
adentro—canturrearon al unísono y se bebieron su cubata en un santiamén—. ¡Otra!
La fiesta cada vez estaba más
animada. Desi hacía más de media hora que había perdido de vista a Miriam.
Estaría bailando en alguna parte como loca, o con alguien. Siempre que salían,
acababan separadas, pero milagrosamente y por alguna razón paranormal que las
unía, siempre se reencontraban a la hora de marcharse.
La canción I don’t care de Icona Pop,
la animó para cantar y bailar junto al resto de personas que se congregaban a
su alrededor algo pasada de copas. Ella no era muy diferente. Antes de perder a
Miriam ya se había bebido tres vodkas con limón y un chupito de tequila, así
que también estaba algo perjudicada y decidió que iba siendo hora de tomar el
aire. Dio un trago a su copa, estaba muy acalorada con tanta gente y además
llevaba un rato con un sobón a su alrededor que no perdía la oportunidad de
rozarse con ella.
Al otro lado de la sala, había una
salida que daba a una zona exterior con asientos donde la gente salía para
tener intimidad. Desi se sentó en el único sitio libre que quedaba, pero cuando
iba a poner el trasero en el mullido sillón que aliviaría el dolor de pies
durante un rato, notó que lo que tenía debajo no era un cojín, sino un ser
humano que había invadido su plaza.
—¿Qué demonios pasa aquí?—exclamó
con voz pastosa. Si fuera un americano, no entendería nada. Aunque un español
también tendría que esforzarse para entenderla.
—Este sitio está ocupado, Desi.
Esa voz le era familiar. Tan
melosa y atrayente. El Espartano tenía ganas de guerra. No le había visto la
cara pero sabía que era él, e incluso se lo imaginaba poniendo esa sonrisa
socarrona que en los cinco minutos en los que había coincidido con él, ya había
conseguido sacarla de quicio.
—Yo lo vi primero, así que de aquí
no me muevo, espartano—dio otro trago a su bebida y se giró para mirarlo.
Aunque fuera un capullo, estaba
muy bueno y era inevitable fijarse en él. Había intentado olvidar su altercado
de antes de entrar, pero por alguna razón desconocida, había pensado durante
varias ocasiones en él durante la noche. Algo ilógico e irracional.
De todas las personas que había
allí, tenía que ser él con quien se encontrara.
—Lo siento reinita, pero yo no me
voy a levantar. Estoy re cansado de tanto perseguirte—sonrió.
—Pues yo tampoco me pienso
levantar—añadió. Segundos después, procesó la respuesta del espartano. Estaba
algo espesa—. ¿Has dicho que me has estado siguiendo?
—Como no hacerlo, Catwoman. Me dejaste tirado allí en la
entrada y eso no está bien—puso un tierno puchero y aunque Desi quería
estrangularlo por el acoso, solo pudo sonreír tontamente.
“Por dios, ¿qué me pasa?” pensó aturdida.
Desi rebotó con fuerza sobre el
espartano, como si se tirara sobre un mullido sillón y colocó su espalda
bruscamente sobre su pecho.
—¿Todavía quieres que me ponga
cómoda? —sonrió maliciosamente. Eso le había tenido que doler.
—Por supuesto—respondió con voz
ahogada.
Desi estaba hecha toda una
guerrera y por una mujer así, el espartano se dejaría hacer lo que fuera.
Se había pasado toda la noche
buscándola, vigilándola desde una distancia prudencial y observando como
contoneaba sus caderas en la pista de baile. En más de una ocasión había
querido acercarse a ella y hasta que no la vio salir, no encontró su
oportunidad para hacerlo y volver de nuevo a molestarla. Quería ver de nuevo
ese carácter español que había percibido cuado entraron delante de ellas,
además de volver a ver esos ojos verde jade que lo embrujaron con su brillo
enloquecedor.
—Por cierto, me llamo Jonathan—se
presentó.
—Nadie te ha preguntado—volvió a
pegar un salto en el asiento y Jonathan gimió. El movimiento hizo que un ligero
mareo perturbara la mente de Desi—. Dios, que borrachera llevo—exclamó.
—Sabes, ese disfraz de Catwoman te
queda re lindo.
—No soy Catwoman, soy Catzorra—rió
como una idiota.
Definitivamente iba bastante
perjudicada por el alcohol, reconoció Jonathan.
—Vale, Catzorra, pues te queda muy
bien.
Bien era un eufemismo de cómo
estaba realmente. Desde que la vio en la cola, dedujo que bajo la gabardina se
escondía un cuerpo de infarto y no se equivocó. Ahora que estaba tan cerca, sintiendo
su cuerpo, no perdía detalle de él. Era preciosa y no solo eso, también era una
chica lista.
Aunque su disfraz parecía decir
todo lo contrario, Desi no era una chica fácil y a Jonathan le gustaban los
retos.
—¿De dónde eres?—preguntó
esperanzado con que esta vez le respondiera bien.
—De Barcelona.
¿Por qué le respondía? ¿Qué le
importaba a ese desconocido cañonazo de dónde fuera?
No supo encontrar una respuesta
que le convenciera y esa pregunta fue la que dio paso para muchas más. Desiré pensó que sería por el alcohol que le
hacía hablar sin parar, pero cuanto más hablaba con Jonathan, más a gusto se
sentía.
El espartano cara dura había
resultado ser un guerrero en la vida real que luchaba contra el fuego. Era
mejicano pero vivía en España, casualmente en Barcelona y estaba allí por la
despedida de soltero de uno de sus compañeros del cuerpo de bomberos.
Estuvieron conversando casi hasta
el amanecer. La gente comenzaba a marcharse a descansar y por megafonía
avisaban de que ya estaban preparándose para cerrar.
Desiré miró la hora en su teléfono
móvil y divisó que eran casi las seis de la madrugada. No sabía a qué hora
había comenzado a hablar con Jonathan, solo sabía que el tiempo había pasado
muy deprisa, tanto, que casi se olvidaba que había venido con Miriam.
—Ha sido una noche estupenda, pero
estoy borracha y no se donde está mi amiga—se levantó de su asiento tambaleante
y Jonathan la agarró antes de que cayera al suelo.
Se quedaron el uno frente al otro,
observándose detenidamente sin decir una palabra.
Desi sentía como su respiración se
aceleraba por momentos. La cercanía de ese hombre aceleraba su corazón. Podía
sentir su aliento entrando por su garganta y embotando sus sentidos. Jonathan se había quedado paralizado.
Tenía ante sus ojos a una persona que apenas conocía, pero la cual había
conseguido que en ese momento su corazón se parara al estar tan cerca. Sabía
que su persecución por la discoteca no había sido en vano, algo en su interior
lo atraía directamente hasta ella, como si fueran dos imanes destinados a
pegarse por siempre.
Ninguno de los dos creía en el amor a primera vista y mucho
menos, habiéndose conocido en una discoteca en Las Vegas, pero algo los llevó a
mantener las miradas fijas, a sentir el aliento del otro y finalmente a acercarse
hasta que sus bocas entraron en contacto y sus lenguas recorrieron la cavidad
del otro.
Desi no sabía porque lo hacía, solo sabía que estaba siendo
un impulso que salía directo desde su interior. Una atracción fuera de lo
normal la llevaba directamente a él, a saborearlo, a sentirlo junto a ella con
ese frenético y pasional beso. Ninguno de los dos estaba dispuesto a separarse
mientras con sus manos reconocían suavemente sus cuerpos apenas cubiertos por
unas prendas. Las manos de Jonathan eran calidas y hacían que cada terminación
nerviosa de su cuerpo reaccionara a sus caricias. Tenía los pelos de todo su
cuerpo de punta. El calor comenzaba a emerger por todo su cuerpo, abrasándola,
abrasándolos a ambos y haciendo que no se percataran de en el lugar en el que
estaban.
—Disculpen, deben ir abandonado el local—dijo uno de
los empleados de seguridad en inglés, interrumpiendo de forma brusca su
arranque pasional.
Desire asintió aturdida y se separó a regañadientes de Jonathan.
El contacto de sus labios había hecho mella en ella, estaba atontada e incluso
parecía que su borrachera se había esfumado, dando paso a un embotamiento
mental que le hacía sentir como en una nube.
—¡Pero si estás aquí! Vamos, que nos echan—Miriam
apareció de la nada junto al espartano con el que coincidió en la entrada y a
su amiga no le pasó desapercibida junto a quién estaba Desi—. Al final el
espartano te ha encontrado—espetó con una sonrisa. Miriam sabía desde el
principio de la noche que él la buscaba.
—Se llama Jonathan—añadió mirándolo de soslayo. Él
hablaba con su amigo, aunque no parecía escucharlo.
Desiré sonrió al pensar que él también se había quedado
aturdido con el beso.
—Vaya, vaya. Así que al final os habéis hecho amiguitos,
¿eh? Catzorra—rió su amiga.
Desi iba reñir a su amiga por el comentario pero de nuevo el
de seguridad apareció para cortarles la fiesta de raíz. Solo le faltó echarlas
de allí a patadas.
No pudo ni siquiera despedirse de Jonathan y eso le provocó
cierta tristeza. Al día siguiente volvía a Barcelona y ni siquiera habían
intercambiado los teléfonos para encontrarse allí.
Durante esa noche, Desiré no se lo quitó de la cabeza y no
sabía por qué razón.
¿Estaba tan empecinada en encontrar a un príncipe azul que al
primer beso ya se obsesionaba?
Eso no entraba dentro de su personalidad. No estaba tan
desesperada como para llegar hasta ese extremo, pero hay veces en la vida, que
los acontecimientos se salen de lo racional y actuamos de forma distinta a como
solemos hacer, cambiando radicalmente nuestra forma de pensar en un solo
momento.
Volver a Barcelona y a su vida normal, no hizo que saliera de
su mente. Todavía tenía ese beso metido hasta el fondo de su cabeza. ¡Había
incluso soñado con Jonathan! Necesitaba terapia urgente o acabaría por volverse
loca. ¡Había sido un maldito beso! No habían llegado a más, aunque tampoco les
dieron la oportunidad. Todo fue demasiado deprisa.
Su turno en la cafetería comenzaba en breve. Trabajaba en un Starbucks del centro de Barcelona, lleno
de turistas y empresarios que hacían que no tuviera ni un solo segundo durante
el día para sentarse. El sueldo no era muy boyante, pero le daba para
sobrevivir.
Había una cola de unas diez personas y entre ella y su
compañera, servían sin descanso a los clientes que esperaban impacientes su
café de la mañana más alborotados de lo normal.
—Eh tío, ponte a la cola—exclamó alguien que esperaba al
final de la cola.
Ya estaba el listo de turno intentándose colar. Levantó la
vista, cambiando su semblante por el de "vuelve
al final de la cola o te enveneno el café", miró al intruso y por poco
no se cae al suelo de culo de la sorpresa.
—¿Jonathan?—él sonrió, también sorprendido por verla. Cuando pasó
por delante del Starbucks y la vio, no podía creérselo, ¡era ella!—. Veo que no
pierdes la costumbre por colarte delante de los demás.
—Eso es porque deseo llamar la atención de la gata fiera que
me embrujó con un beso en Las Vegas—la sonrisa de Jonathan la desarmó por
completo.
Su sola presencia había hecho que se alegrara como una
quinceañera cuando ve pasar al chico que le gusta. Hacía dos semanas que había
vuelto de Las Vegas y tenerlo de nuevo delante, le recordaba a aquella noche en
la que sus bocas hablaron por ellos, llevándolos a un mundo paralelo que si no
hubiera sido por el personal de seguridad, estaba segura de que habrían montado
el espectáculo en medio de la discoteca.
—Me alegro mucho de verte. ¿Cómo me has encontrado?—preguntó.
Su compañera no dejaba de insistirle que se pusiera a
trabajar, la cola seguía aumentando, pero Desi la ignoró y continuó charlando
un poco más con Jonathan.
—Pasaba por aquí y me pareció verte, no sabías si eras tú,
pero lo he arriesgado todo colándome y no me he decepcionado, cielito. He
conseguido alcanzarte después de estar dos semanas pensando en ti, por muy raro
que parezca—admitió. Tan raro no era, a ella le había pasado igual.
“¡Oh, dios! Ese acento
mejicano me mata”
pensó.
Su encargado apareció por la puerta y tuvo que despedirse
rápidamente de Jonathan. Habían quedado cuando ella saliera y Desi no veía el
momento de salir de allí con él.
Las horas se le hicieron eternas, los minutos parecían siglos
y el tiempo parecía no pasar por muy ocupada que estuviera, pero al fin llegó
la hora de salida y tal y como le prometió, Jonathan la esperaba fuera, con
nada más y nada menos, que un ramo de rosas.
—¿Es tu novio?—preguntó su compañera.
—Más bien no—respondió mirándolo embobada desde el otro lado
de la puerta.
Su compañera le dirigió una mirada cómplice y le susurró un “a por todas”. No había hombres que
trajeran flores como norma general y era la primera vez que a Desi la
sorprendían con uno. Ángel, en sus cuatro años de relación ni siquiera tuvo un
detalle tan romántico.
—Este mejicano va a conseguir volverme loca.
¿Podía un hombre enamorarte en solo una cita?
Es algo improbable, pero posible. Desi lo vivió en sus
carnes.
Después de ese día, le siguieron muchos más en los que
Jonathan la esperaba hasta que salía y se marchaban juntos a pasear, a
conocerse y a unir sus bocas en frenéticos y románticos besos que acababan
muchas veces con algo más.
La vida te da muchas sorpresas y a veces encuentras al amor
de tu vida en el sitio más inesperado. Cada vez que lo pensaba, su mente
gritaba “¡Viva Las Vegas!”, y gracias al destino, podía decir que a ella lo que
pasó en Las Vegas, no se había quedado allí. Había trascendido hasta Barcelona
convirtiéndose en un bonito romance que llenaba sus días de felicidad.
No cierres las puertas al amor porque nunca sabes cuando
puede aparecer tu media naranja para entrar directo a tu corazón, arrasando tu
cordura, tu forma de ver la vida y el amor y quedándose allí para hacerte feliz
durante el resto de tu vida.
FIN
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