No soy como las demás (RELATO)
agosto 14, 2017
Día de San Valentín.
Ese día en que los enamorados se
regalan cosas como si fuera el único para hacerlo y se dicen cosas bonitas en
los estados de Facebook.
Puaj, vomitivo.
Esa mañana me levanté como
siempre para ir a trabajar, me hice una trenza en mi largo cabello morado, me
puse un vestido y me marché para finalizar por fin esa corta temporada de
consumismo del amor.
El panorama en los grandes
almacenes me provocaba migraña. Todo lleno de rosas, flores y cursis corazoncitos
con mensajes positivos a lo Mr. Wonderful
que aunque pareciera mentira, la gente se tragaba y compraba esas chorradas
para sus parejas como símbolo de su amor eterno.
Eso sí, lo más probable era que
al día siguiente se pusieran los cuernos. Cosas de parejas.
—Nadia, cambia esa cara, mujer —murmuró
Sheila, mi compañera y mejor amiga con la que lo único que teníamos en común
era que nos gustaba ver películas de superhéroes. Era una chica del montón, muy
guapa y que seguía absolutamente todas las modas. Básicamente pertenecía al «Club
de los Borregos».
—Es que me asquea este día —bufé
y me puse a ordenar el estante de los perfumes.
Lo único bueno de San Valentín
era que vendíamos más, sin embargo soportar a tanto tonto me ponía de los
nervios. Suerte que era viernes y tenía fiesta durante una semana. Trabajar de
cara al público me había convertido en antisocial, todo el mundo me caía mal. A
veces, incluso yo misma.
—Está noche lo solucionaremos
moviendo el cuerpo —intentó animarme.
—Yo moveré el body y tú te
morrearás con Brian —contesté y la señalé con el dedo índice.
Sí, mi amiga también tenía novio
y lo disfrutaba en San Valentín como el resto de borregos y yo era la solterona
del grupo de amigos con el que esa noche saldríamos de fiesta. Me había acostumbrado
a serlo, la verdad es que tampoco estaba tan mal. Disfrutaba de mi soltería
porque no creía que necesitara tener una pareja para ser feliz. Eso era un
invento.
Solo había un tema que de verdad
me preocupaba, temía que mi himen comenzaba a regenerarse y lo cierto era que
no sentía especial emoción por perder la virginidad una segunda vez. Dolía.
No me consideraba una chica fea,
mi cuerpo tenía curvas, buenos pechos y mi cara con unos grandes ojos verdes
llamaban la atención. Pero mi personalidad para los hombres era todo un reto.
Literalmente los espantaba.
—Seguro que encuentras a alguien
que te dé amor —musitó poniendo morritos y yo fruncí el ceño de forma
exagerada—. Vale, no lo harás. Mandarás a todos a la mierda y te irás a la
barra para acabar con todas las existencias de alcohol.
Sonreí mostrando todos mis
dientes. Me conocía muy bien.
En nuestro grupo de amigos se
rumoreaba que en mi ADN se escondía algún gen recesivo masculino, una soberana idiotez
porque hombres y mujeres podían compartir los gustos. Que a mí no me gustara
jugar a Barbies de pequeña, pero sí a
videojuegos, no quería decir que fuera un niño, simplemente desde que tuve uso
de razón supe elegir qué quería y qué me gustaba. Y lo femenino solía asquearme,
las muñecas me servían para torturarlas. A excepción de los vestidos de los
años cincuenta, el maquillaje y los zapatos de tacón. Eso me fascinaba y había
creado mi propio estilo.
—Deberías intentar abrirte —musitó.
—¿Para qué? Sacar a relucir los
sentimientos no trae más que problemas. Me gusta ser así.
Sheila se encogió de hombros y
continuó con su trabajo cuando entraron varios clientes.
Efectivamente eran hombres en
busca de perfumes para sus novias. Típico.
¿Dónde quedaba la originalidad?
La hora del cierre llegó rápido.
Habíamos quedado con el resto del grupo en casa de Sergio, hermano de Brian y
miembro infiltrado de nuestro grupo de seis. Solo aparecía para salir de
fiesta, pero afortunadamente a lo largo de la noche desaparecía. Era un
incordio con el que siempre acababa peleada por ser un plasta.
En mi bolso llevaba lo necesario
para arreglarme, ocupé el baño de nuestro amigo junto a Sheila y otras tres
chicas de nuestro grupo y nos maquillamos para la noche. Tanto Sheila como el
resto vestían de forma más común. Básicamente quería decir que su ropa estaba
hecha por el mismo patrón y solo cambiaba el color. Yo siempre había sido la
rara, pero me gustaba más definirme como única en mi especie. Además de vestir
como si fuera de otra década, tener un color de pelo extravagante y un
maquillaje agresivo, también estaba llena de tatuajes. Mi cuerpo era puro arte
y con el vestido que llevaba puesto dejaba a la vista los dibujos de mi pecho.
—He oído que Sergio va a ir con
varios de sus amigos —dijo Lidia. Una rubia de bote con cuerpo estilizado que a
pesar de ser mi amiga y quererla mucho me recordaba a una Barbie de plástico.
—Si son como él ya me encargo yo
de mandarlos a freír espárragos —sonreí enseñando los dientes con cinismo.
—A lo mejor están buenos, Nad.
Puede que ésta sea tu noche.
—Como si les fuera a dejar
acercarse —espetó María dándome un codazo.
—Os odio —contesté con un bufido.
Terminé de hacerme el eyeliner y cogí
un labial de color cereza oscuro.
—¿A caso mentimos? —añadió
Sheila.
—Por supuesto que no. Deberíais
probarlo alguna vez. Rechazar a un tío que quiere acostarse contigo es muy
divertido. Todos se quedan con cara de imbécil. Me llena como mujer —contesté y
todas rieron.
Sí. Era el bufón del grupo.
Los chicos llamaron a la puerta y
nos metieron prisa para que termináramos. Antes de ir a la discoteca, fuimos a
cenar. Brian, el novio de Sheila, se unió a nosotros tras llegar del trabajo y
ya estaba el grupo completo. Cabe añadir que todas las chicas estaban con sus
parejas, solo Cristian y Daniel estaban tan solteros como yo.
—¡Puaj! Idos a un hotel —musité
empalagada con tanto derroche de amor. Llegaba a mis fosas nasales el olor de
las flores que los chicos les habían regalado a sus chicas.
Pura originalidad.
—Huele a envidia —musitó Brian
con una sonrisa. Le tiré una patata frita que le dio a mi amiga en la cara y esta
me gruñó. Yo sonreí.
—¿Hoy también vas a rechazarme? —preguntó
Daniel a mi oído. Asentí—. Algún día caerás.
—Es más probable que me caiga de
la silla que liarme contigo —le sonreí sardónica.
Menos mal que éramos amigos y ya
se había acostumbrado a los desplantes, pero en el fondo sabía que su ego se
veía trastocado con cada uno de los rechazos.
Al terminar nos desplazamos hasta
la discoteca Razzmataz. No era mi
sitio favorito de Barcelona, pero ponían buena música y la bebida era bastante
económica para una alcohólica como yo. Nada más entrar nos fuimos hacia la
barra. La música sonaba atronadora y las conversaciones dejaron de tener
sentido. Observé lo que me rodeaba, esa noche era la noche del amor y habían
ambientado el local con corazones, Cupidos voladores colgados del techo y la
palabra te amo escrita en varios idiomas por las paredes. Hasta la música esa noche
me parecía una verdadera mierda.
Sí, por si no lo habíais notado,
soy bastante hater de la vida. Una
mala experiencia en el amor, no me lo tengáis en cuenta.
Pedí mi primera copa y me
abstraje del mundo del amor para ir al mundo de los solteros en medio de la
pista. No sabía por qué lo llamábamos salir con los amigos, era pisar la
discoteca y cada uno iba a su bola. Así que ahí estaba, bailando rodeada de
parejas que no dejaban de arrimar cebolleta y yo era feliz con mi copa.
Pasados unos minutos en los que
me abstraje al ritmo de la música, noté como un tío se posicionaba a mis
espaldas e hizo el intento de agarrarme las caderas, así que me giré y con una
sonrisa nada amigable dije:
—Largo si no quieres dejar de ser
apto para reproducirte.
—¡Amargada! —espetó indignado a
punto de marcharse.
—Tu culo en bragas, ¡gilipollas!
Solté un bufido y pegué un trago
a la bebida.
Primer moscardón espantado de la
noche. En realidad ya podía irme feliz, pero mi cuerpo continuaba necesitando
fiesta. Me terminé mi primera copa y volví a la barra a por más. Al girarme con
el vaso repleto con mi amado TGV noté como alguien chocaba conmigo y me lo
tiraba encima.
—Me cago en la puta. ¡Podrías
mirar por dónde vas! —grité malhumorada sin ver todavía al torpe que se había
chocado con mi copa. Ahora mi vestido estaba mojado y el líquido se había
metido entre mis tetas. Asesiné con la mirada a uno que había justo a mi lado
mirando mi escote y levanté la vista para ver a mi agresor.
—Lo siento —se disculpó.
Durante unos segundos no contesté.
Me quedé mirándolo y lo examiné minuciosamente. Tenía los ojos verdosos y no
acababa de apreciarlos con la oscuridad de la discoteca. Era alto, tanto que
tuve que alzar la vista para darme cuenta que llevaba el pelo corto peinado en
punta. Y por último su cuerpo. Vestía de forma casual, todo de negro con una
camiseta de cuello en uve en manga corta que dejaba a la vista los músculos de
sus brazos. Y lo mejor de todo, estaba lleno de tatuajes.
—Alex, te presento a Nadia —dijo
una voz muy conocida. La del pesado de Sergio. Me giré en su dirección y
entorné los ojos.
Se había roto el hechizo que ese
cuerpo para el pecado que tenía delante había obrado en mi inocente mirada.
—¿La matamoscas? —dijo el tal
Alex.
Ahora sí que la había cagado.
Sergio soltó una fuerte carcajada
y asintió. Me crucé de brazos malhumorada haciendo que mis pechos se juntaran y
Alex se quedó mirando.
—Aunque sé que mis tetas son
preciosas, la cara la tengo más arriba —solté en tono borde. Alex soltó una
risita y se giró en dirección a su amigo.
—Ahora lo entiendo todo.
—Qué entiendes, ¿lo gilipollas
que eres?
—¡Uuuuuh! —exclamó Sergio con la
intención de avivar la llama de la furia que crecía en mi interior.
Los dos buscaban llevarse un
tortazo y daba la casualidad de que yo estaba sorteándolos.
—El porqué eres la solterona del
grupo de su hermano. He oído hablar mucho de ti —me respondió fijando sus
perfectos ojos verdes en mi rostro furibundo.
¿Por qué tenía que estar bueno?
—Pues te han mentido. Simplemente
soy exigente y los gilipollas presuntuosos me lo sudan de lado a lado, al igual
que tú y ese que tienes por amigo. El cual ha intentado liarse conmigo varias
veces. ¿Verdad que sí, Chechu? —inquirí con una sardónica sonrisa y le di un
golpe en el hombro al que le lanzaba la alusión.
Su mirada de «te voy a matar» no
se hizo esperar.
Me fui de allí con la cabeza bien
alta e ignoré lo que dijeron a continuación. Ni siquiera los escuché, Thunderstruck de AC/DC ensordecía cualquier voz y me limité a seguir disfrutando de
la noche acabando con las existencias del bar.
La matamoscas. ¡Qué originalidad!
Sabía a la perfección que tenían
un apodo para mi forma tan característica de ahuyentar a cualquier hombre que
osara ligar conmigo. ¿Pero matamoscas?
Bah. Alguno sí que se había
llevado un buen tortazo por invadir mi espacio personal y meterme mano, pero
nunca había llegado a matarlos y os juro que ganas nunca me han faltado.
A mitad de la noche llegó un
punto en que no sabía qué hacía. La cabeza me daba vueltas y me reía con cada
estrepitoso paso que daba. La noche de San Valentín estaba siendo tal y como
esperaba, yo borracha y bailando sola en la pista. Sin embargo acababa de
llegar al punto en el que me meaba viva.
Me costó encontrar el camino,
pero la interminable cola del baño de mujeres me guío como un fuego fatuo. En
un principio pensé en ponerme al final de la cola, pero si lo hacía, y encima
continuaba bebiendo el quinto —o sexto— cubata que había pedido, iba a mearme
encima. Así que como quien no quiere la cosa me salté la cola y me metí en el
baño de los hombres.
—¡Eh, fuera de aquí! —gritaron
varios.
—Tranquilos hombres del mundo.
Vengo en son de paz —dije con las manos alzadas y me metí sonriente en uno de
los baños. Por suerte, estaba más limpio de lo que esperaba. Incluso más que el
de mujeres, que a veces, daba verdadero asco hasta pisar el suelo.
Al salir fui al lavamanos. Lo
cierto es que en ese instante podría haber tomado la decisión de ir al de
mujeres sin tragarme la cola —ya que solo iría a lavarme las manos—, pero
preferí quedarme allí. Me lo estaba pasando de vicio al mirar las caras
incrédulas de los hombres del lugar.
—Vaya, pero si es la matamoscas.
No te creía mujer de hacerlo en un baño de hombres.
—Axel…
—Es Alex —me cortó.
—Me parece que te has equivocado
de baño, el de mujeres resentidas está al otro lado —musité ignorando la
corrección de su nombre. Sabía a la perfección cómo se llamaba.
—Veo que lo conoces muy bien
—respondió.
Me sequé las manos con papel y lo
tiré en una basura justo a mi lado. Casi fallo y eso que tenía un diámetro
bastante considerable. Miré a Alex con una sonrisa y seguí ahí, con
espectadores a nuestro alrededor que todavía se preguntaban qué coño hacía una
mujer ahí.
Nos medimos con la mirada sin
aventurarnos a hablar. Él me miró de arriba abajo y yo hice lo mismo con él,
una vez más. Si no tuviera una lengua viperina tan enorme, quizá podría pasar
algo con él. Pero su arrogancia, a pesar de ser atractiva, era estresante.
No quería eso para mí ni siquiera
para una noche.
Alex decidió dar el paso decisivo
y se acercó a mí. Me miró a los ojos y tuve que levantar el cuello para que
nuestras miradas entraran en contacto. Se hizo el silencio a nuestro alrededor.
La música de la discoteca había dejado de tener sentido y las personas que
increpaban que nos largáramos de ahí eran como fantasmas invisibles.
Solo había esos ojos que cada vez
se acercaban más. Sentí su aliento tan alcoholizado como el mío en mi boca, y a
los pocos segundos unos dulces labios que luchaban con los míos. Alex aprovechó
la bajada de mi defensa personal para agarrar mis caderas y profundizó el beso.
Nuestras lenguas peleaban en una ardua batalla que en el fondo deseaba que no
tuviera fin. Sin embargo yo era Nadia «La matamoscas» y ese tío había tocado mi
orgullo de guerrera. Así que a pesar de que el calor de sus labios había
devuelto a mi cuerpo la excitación que creía que hacía meses había dejado de
existir en mi vocabulario, lo aparté de un empujón y le di un manotazo en la
cara que resonó en el baño.
Escuché como me vitoreaban.
—¿Qué haces? —musitó mientras
acariciaba su mejilla que comenzaba a enrojecerse.
—Matar moscas —gruñí y me largué
de allí con la cabeza bien alta.
Escuchaba risas allá por donde
pasaba. Las ignoré a todas y fui al centro de la pista. Sheila y Brian no
dejaban de besarse, pero pararon cuando mi amiga visualizó como llegaba con
cara de perro rabioso con otra copa más.
—¿Con quién te has peleado?
—preguntó. Me conocía muy bien.
—Con un amigo de tu cuñado que me
ha besado.
—¡Vaya! Pero si te has dejado
besar —añadió Brian con una sonrisa socarrona.
Tenía suerte de ser el novio de
mi mejor amiga y también amigo mío, si no se hubiera llevado otro guantazo como
Alex.
Creo que ya comenzáis a entender
porqué los hombres huyen de mí. Mi temperamento es visceral, impulsivo y soy lo
más antipático del mundo. Tengo suerte de tener al menos mi grupo de amigos
para soportarme. Siempre los admiraré por ello.
—No me he dejado besar. Me ha… ¡Y
a ti que te importa! —Brian rió y vi como le decía algo a Sheila al oído que no
escuché.
—Bah, sois insoportables. Me voy
con mi borrachera a otra parte. —Me di la vuelta ondeando mi cabello y escuché
que Sheila me llamaba, pero como no contesté me siguió.
—Cariño, llevas papel higiénico
colgando del vestido —dijo a mi oído.
¡Genial! Ahora entendía las
risas. No solo olía a botella de vodka y tenía el vestido empapado, ahora
también era un rollo de papel andante.
Pensé en mi salida triunfal del
baño de hombres seguida por la mirada de Alex y me sentí ridícula. Había
quedado como una idiota delante de un tío que parecía tener el ego por las
nubes.
—¡Oh Dios! —grité mirando al
techo. Casi me quedo ciega con el parpadeo de las luces.
—No te preocupes, creo que no te
ha visto mucha gente —intentó animarme Sheila. Fruncí el ceño.
—Me voy a beber.
—¡Cuidado! —gritó mientras huía
avergonzada.
Vale, había sido un desliz
ridículo.
Cuando pensaba que mi noche ya no
podía ir a peor, lo encontré en la barra. Me miraba con una sonrisa socarrona,
pagado de sí mismo.
Efectivamente había visto la cola
de mi vestido hecha de papel.
—Como oiga una sola risa de tu
parte, te llevas otra bofetada —inquirí antes de dejar que abriera la boca.
Cogí mi nueva copa y me la bebí prácticamente de un trago.
Alex me miró con un amago de
sonrisa e hizo el gesto como si pusiera una cremallera en su boca. No era muy
efectiva porque comenzó a hablar segundos después.
—No hemos empezado con buen pie,
Matamoscas.
—Y que lo digas, gilipollas. —Y
como siguiera en ese plan la cosa no iba a mejorar. Ni aunque el sonido de su
voz me traspasara el cuerpo y me diera una corriente eléctrica que iba directa
a mi… entrepierna.
Estaba muy necesitada en esos
instantes. Tanto que estuve a punto de ser yo la que se apropiara de esos
suaves labios. Idea que se fue de mi cabeza cuando volvió a interrumpir con su
arrogancia.
—Debes admitir que te ha gustado.
Sergio dice que es imposible incluso besarte y debes reconocer que a mí no me
ha costado nada.
—¿Te crees guay? —pregunté con
sarcasmo—. Solo te has aprovechado de una pobre damisela borracha como una cuba
en la noche del sexo socialmente aceptada.
Él rió y yo gruñí.
—No entiendo que te hace tanta
gracia. Te has aprovechado de mí —musité con tono demasiado infantil. Así nadie
iba a tomarme en serio.
Alex se acercó a mi oído y
susurró.
—Lo cierto es que estaría
encantado de volver a hacerlo. —Di un respingo. El sonido de su voz prometía un
polvazo de los buenos, de esos que nunca en mi vida he tenido.
Aunque una parte de mí deseara
seguir en esa misma posición y escuchar cualquier cosa que tuviera que decirme,
me separé e hice el gesto de marcharme hacía la salida.
Necesitaba tomar el aire en ese
mismo instante.
—¿Puedo acompañarte?
—Ya lo estás haciendo —contesté a
pesar de querer decir un NO rotundo.
Una vez fuera nos quedamos en
silencio. Era una fría noche de invierno y mi vestido no ayudaba a paliar el
helor del ambiente. El escote de mi vestido hacía que el aire entrara por mis
pechos. Si no fuera por la fina tela del sujetador tendría puestas las largas
—o sea que mis pezones estarían más tiesos que la mojama— y no quería darle
otra razón a Alex para que se quedara mirándolos más de la cuenta.
¿O sí?
Pasados unos segundos recibí un
mensaje de Whatsapp en el móvil.
«Sheila: ¿Has salido con el amigo
de Sergio de la discoteca?»
«Yo: Él me ha seguido»
«Cristian: ¿Nad con un tío? Oh
Dios, necesito una cámara.»
«María: ¡Esta noche mojas!»
«Daniel: ¡Yo voy antes!»
«Yo: Cerrad el pico, imbéciles.»
Bloqueé el móvil y lo guardé en
mi pequeño bolsito.
—¿Qué pasa? —preguntó Alex al ver
mi cara de pocos amigos.
—No te importa —sugerí con una
sonrisa.
—¿Por qué eres así? Tu actitud
resulta exasperante.
—Esa es la intención —contesté y
me crucé de brazos.
La salida de la discoteca daba a
una calle normal. No había bancos, solo cientos de coches aparcados alrededor y
fui directa a apoyarme en uno. Los tacones me estaban matando y necesitaba
apoyar el trasero antes de caer en la tentación de descalzarme y llegar a casa
con los pies llenos de mierda. Creí que Alex se habría cansado de no recibir
ninguna atención por mi parte, pero era insistente y eso no hacía más que
ponerme nerviosa.
¿Por qué? Pues porque debía
reconocer que a mi cuerpo le gustaba la sensación de excitación que su cercanía
le provocaba. Alcé la vista y lo encontré mirándome con atención, con una
mezcla de curiosidad y deseo.
Lo siguiente que ocurrió debo
decir que todavía no sé si fue producto del alcohol u ocurrió en realidad, pero
una vez más en esa noche, consiguió acercarse a mis labios y los besó con una
pasión que cortaba mi respiración.
Esa vez no logré separarme. En
realidad, ni siquiera tenía la intención de hacerlo.
Me gustaba. Su lengua jugueteaba
con la mía sin descanso y cuando vio que yo no me retiraba, hizo lo que llevaba
toda la noche imaginando en mi loca cabeza, tocarme el trasero con ardor.
No nos importó estar en medio de
la calle, rodeada de gente que salía a fumar y que podía ver nuestro arranque
de pasión. Rodeé con mis piernas sus caderas y fui capaz de notar la
protuberancia de su pantalón justo en mi sexo.
Gemí sin poder evitarlo.
—Veo que tienes tantas ganas como
yo —musitó separándose un segundo de mis labios.
—Calla, no vaya a ser que cambie
de idea.
Bajé de su regazo y durante un
instante no supimos adónde ir. Ambos queríamos lo mismo, sexo desenfrenado. Ir
a mi casa o a la suya estaba descartado porque teníamos unas diez paradas en
metro, y conociéndome, hubiera acabado espantándolo, así que entramos de nuevo
en la discoteca y fuimos directos al baño.
—Volvemos donde todo ha empezado
—musité y lo besé una vez más.
Ignoramos a los hombres que se
quejaban de la intrusión y nos encerramos en uno de los baños. No era el sitio
más higiénico, ni si quiera el más romántico, pero el deseo de nuestros cuerpos
requería una atención inmediata.
Le bajé los pantalones con prisa
y él levantó la falda de mi vestido. Metió la cabeza entre mis pechos y gemí en
el momento en que alcanzó uno de mis pezones. Lo lamió con lentitud,
deleitándose de mi sabor y enloqueciéndome con ese pequeño roce. Mis manos
viajaban por la extensión de su verga, de arriba abajo y él me agarraba por las
nalgas posicionando sus manos en mi sexo desde atrás.
—Estás completamente húmeda.
—Y tú completamente duro.
Ambos sonreímos con arrogancia y
no esperamos un segundo más. Alex sacó un condón de su bolsillo del pantalón y
se lo puso para después cogerme por el trasero y empalarme de una fuerte
estocada.
—¡Oh Dios! —gemí ante la
intrusión.
Debo reconocer que sentí un poco
de dolor, era lo que tenía llevar tantos meses a dos velas. La cosa se cierra.
Alex acalló mis gemidos con sus
labios y continuó a un ritmo lento, pero a la vez con ansias. La metía hasta el
fondo de un golpe y salía lentamente para repetir una y otra vez la
penetración. Sentía que en cualquier momento iba a morir de un ataque al
corazón. En mi bajo vientre se arremolinaba un cúmulo de nervios, placer y
ganas de más que jamás en la vida había sentido.
No tenía mucha experiencia en el
sexo, pero con lo que tenía para comparar, sin duda, Alex era el ganador
supremo al premio del Empotrador del año. Sabía lo que se hacía. Sus labios
jugaban con mis pechos sin dejar a un lado el ritmo de sus caderas. Quería
llorar de la emoción de estar a punto de sentir ese gran desconocido; el
orgasmo.
—Eres puro pecado —susurró contra
mis labios. Lo agarré del cabello y lo acerqué más a mí. Su aliento cálido era
mi perdición, una droga que me gustaba.
Hubiera deseado tener más espacio
en el cubículo del baño para así arrebatarle la camiseta y acabar de ver los
tatuajes que cubrían la extensión de su contorneado cuerpo. Porque por si no lo
había dicho antes, estaba buenísimo. Para mis dulces ojos de mujer, era el
hombre perfecto.
El tiempo parecía haberse
detenido, el ruido del local desaparecido. Éramos él y yo disfrutando de sexo
desenfrenado en un baño público como dos adolescentes que no pueden resistir
sus impulsos hormonales.
Grité cuando un remolino de
sensaciones se acumuló en mi bajo vientre y provocó un intenso placer que se
prolongó con los movimientos de Alex. Él volvió a besarme y yo le respondí
medio desmadejada de la intensidad de aquella sensación que volvió para hacerme
arder en un nuevo orgasmo que nos llevó a ambos a la cima del placer.
—¡Jo-der! —exclamé todavía sin
que él saliera de mi interior. Nuestras respiraciones eran entrecortadas. Podía
incluso escuchar el latido frenético de ambos corazones.
—Ha estado bien —musitó con voz
entrecortada. Asentí dándole la razón.
Ahora estábamos en ese incómodo impasse de que ninguno sabía qué hacer a
continuación. Tenía que recordarme a mí misma quién era y cómo era mi actitud.
Esquivarlo. Hacer como si nada hubiera pasado.
Puse los pies en el suelo y me
subí las bragas ante su atenta mirada socarrona. Estaba orgulloso, parecía que
haberlo hecho conmigo en un baño público le reportara el éxito de un reto pendiente
de cumplir.
—Al final ha resultado que la
chica a la que ninguno ha podido acceder en meses no es tan complicada como
decían.
—Oh, querido, no te las des de héroe. Ha sido un pequeño ataque de locura transitoria —respondí
imitando su arrogancia.
—Ninguna es capaz de resistirse a mis besos —me susurró al oído y
temblé de placer.
¡Qué voz tan caliente! Sin embargo, la idea de que insinuara que era
como las demás mujeres del mundo y que no tenía nada de único hizo que volviera
al mundo real y me empeñara en espantarlo.
—Es posible, pero ten una cosa en cuenta… Yo no soy como las demás.
Y era cierto. Yo no era una mujer típica, era diferente. Tanto que
había sido la única ganadora del corazón de Alex. Porque sí, ahora os va a
sonar a tópico, pero ese no fue sino el inicio de una relación que intenté
evitar por todos los medios durante
meses. Pero mi encanto natural y mis constantes rechazos, hicieron que el pobre
se trabajara la forma de conquistarme.
Y lo consiguió. Vaya que si lo hizo. Consiguió mi corazón por muy duro
que fuera y yo conseguí que un mujeriego que jamás había tenido una relación
seria se enamorara de mí.
Por lo tanto sí, yo no soy como las demás. Soy la puta ama.
2 comentarios
Me ha encantado, eres la puta ama. 😍😍😍😍
ResponderEliminarMuchas gracias corazón. ¡Me alegro de que te haya gustado!
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